Todos los días ClasicaMENTE leí cada nota para saber quienes me iban a representar en la cancha. Hablé con cuanto amigo se cruzó en el camino, hasta los desconocidos del ambiente fútbol, sabían que era una semana especial para mi. Algo debo haber sembrado respecto de mi querido Gimnasia.
Busqué definiciones de CLÁSICO, y esta me pareció la mejor: ..."esto es como cuando jugabas con tus vecinos en el barrio"... (Víctor Antonio Legrotaglie).
Cruzando mitad de semana ClasicaMENTE empecé a ver vídeos, escuchar canciones de la cancha, cantar mientras me bañaba y sobre
todo a soñar, tal cual lo digo soñar, con que el clásico se gana y después se ve si se juega bien. Todo no saldría a la perfección. Un tema de salud del viejo lo encaminaba a no estar en el clásico. Llegó el domingo y esa pieza fundamental de mi palco, no pudo ir. Tenía alegría de llegar al Víctor, colgar el trapo, pero esa ausencia le sacaba sabor, y el clásico no fue tan clásico. No estaba mi viejo.
Empezó, y el Pato se puso la capa de Torero, metió bailarín del Colón sumado con locura, y corrió a festejar la factura que pasó por la red a la zona del banderín. Lo grité, todavía estoy difónico, pero en el momento y durante estos días, me di cuenta la poca importancia que le damos a los afectos cuando los tenemos. El Pato hizo el gol y vino el clásico abrazo, pero me faltó uno, el del Viejo LOBO, que se quedó por su salud a sufrirlo con su imaginación por radio. El abrazo entonces fue simbólico y dedicado en vida al querido viejo.
Entonces sacando provecho de esta experiencia, pensé cuantas enseñanzas de amor me da Gimnasia. Este domingo no tuve el clásico abrazo de gol con el viejo y se sintió. Aprovechar los afectos y los efectos que producen Gimnasia, los goles y ganar el clásico no tienen precio. Pero verle la cara cómplice al viejo cuando llegué a su casa fue suficiente para curar la herida que produjo perderme el clásico abrazo de gol del CLÁSICO.
Por Leandro Silvestre (@Baucati33)