Hasta ahí, un día normal, los mismos rituales que siempre están cada vez que juega el querido Gimnasia. Pero hoy fue distinto. Hoy tuve una sensación especial, me fui feliz, emocionado, contento, vi algo que hacía mucho no veía y ahora te lo voy a contar, para que entiendas por donde viene toda esta introducción.
Soy un apasionado defensor del potrero, un amante del barrio, de la placita, de la cancha de tierra. Tuve la suerte de vivir esos últimos años donde no había tanta tecnología, donde no existía Instagram para que cada dos minutos aparezca una foto con el look de moda, con la ropa del momento, para mostrar todo el cuerpo tatuado para llamar la atención, el crack se destacaba de otro modo, la rompía en la “canchita”, en la “placita” y la calidad se medía por las gambetas no por cuantas seguidoras tenía, ni por cuantos “me gusta” coleccionaba en la foto de perfil, donde se jugaba a la pelota hasta que caía el sol, donde había que ganar por el honor del barrio.
Al “distinto” se le aplicaba ese rótulo, no por usar botines con colores llamativos de las mejores marcas, al contrario, usaba un par de zapatillas que de tanto patear estaban ya gastadas, pero aún así, seguían tirando magia. Era el que apilaba rivales, el que se caía en la tierra y sin protestar se paraba, se sacudía y seguía corriendo con la ílusión de hacer el gol, no pedía que cobren foul, no pedía una tarjeta al rival. ¿Que va a pedir? Si ni siquiera había arbitro, el “diferente” no se arrugaba con las patadas violentas de los rivales, al contrario, se agrandaba, y si lo hacían calentar, se iluminaba, te clavaba y se acababa la historia, después si o si, tenías que felicitarlo, darle un apretón de manos, un abrazo y reconocerle todo eso que había hecho, así seas contrario y te haya pintado la cara.
Hoy en cancha de Gutierrez, vi a un 10, si ese glorioso número, no un 47, 73 ni un 25. Un pibe que allá por el 2013, el Víctor, lo vio en Rivadavia y me dijo: “a este pibe me lo quiero llevar al LOBO, espero que alguna vez me hagan caso, es justo para nosotros”. Vi un jugador que quería jugar a la pelota, un morocho despeinado, con medias bajas, flaco, de andar “lenton”, zurdo como la mayoría de los genios del balón. Vi a un tipo que le pegaban, le pegaban y no hizo ni un gesto, nunca se quejó, nunca acusó al arbitro de que tal jugador le pegó, ¡NO!, se paraba, se acomodaba las medias y seguía con su afán, sin desconcentrarse. quería jugar, ganar obviamente, como todos los que practican un deporte.
Así como aquel pibe que se cambió de casa y ahora juega para otro barrio, pero tiene que volver a la plaza, a la canchita que lo vio crecer y tiene que enfrentar a sus ex amigos-compañeros, hoy le tocó a él. Muchos insultos, muchos golpes, uno que otro sin querer y uno que otro para hacerle saber que lo extrañan, que les hace falta, que están dolidos con su partida por que era un pibe querido, pero bueno, a veces se demuestra con cierta violencia, fútbolística OBVIO,y él lo entendió así, hizo oídos sordos, sangre fría pero corazón caliente.
Después de un primer tiempo en que se lo vió medio confundido, presionado, agobiado, por todo lo que merodeaba en al ambiente de la Perrera, cambió la cabeza, entró a jugar el Segundo Tiempo como el sabe, 15 segundos y marcó el primer gol con su nueva camiseta, no pudo gritarlo por respeto a toda su gente que, se nota que en el fondo del corazón lo llevan marcado. Empezó a gambetear, empezó a pedirlas todas, ya con más confianza, la gente de Gimnasia empezó a decir y a comentar en la tribuna, : “ che, este juega bien, este es crack.” y así se fue consumiendo el Segundo Tiempo, y faltando unos minutos para que termine el partido, así como el “distinto” en la placita, saco un as que tenía guardado bajo la manga y marcó un golazo, su doblete en la tarde, alegría para la gente Blanquinegra, que cortaba una racha de muchos partidos sin ganar de visitante, felicidad por estar viendo a un jugador del estilo que siempre gustó y enloqueció a los Pitucos de la Juan B. Justo, y sentimientos encontrados para la gente del Cele, que como buenos perdedores, tuvieron que cambiar algún que otro insulto futbolero, totalmente entendible, por una ola de aplausos reconociendo al “ diferente”.
Hoy ha ganado Gimnasia, pero ganó el potrero, el barrio, el pibe de la canchita de tierra, el que no viste a la moda, ni anda con esos “raros peinados nuevos”, como decía un grande. Hoy gano la pelota, el fobal, el picado, ese maravilloso estilo de juego que nos gusta a los que amamos al potrero.
Salud Lobo, Salud Nico, fuí testigo de cuando el Víctor te llamó una mañana para decirte que le encantaría verte con el Manto Sagrado...
Que viva el Fobal...
JULIÁN*BLANQUINEGRO