Así fue que me acunó días y noches, calmando mis ansiedades, llantos, gritos, hambre, sed, por desconocer lo duro que resulta el primer contacto con este mundo, sobre todo cuando recién toca el aire en el rostro después de salir de esa incubadora de nueve meses llamada útero.
Pero su amor es tan grande que no le bastó con eso, y siguió a mi lado, enseñando, guiando cuál era el camino, mostrando lo bello de la vida y los peligros, pero nunca haciéndome notar, sus temores a estar equivocándose. Seguro que muchas veces erró, pero el balance le da a favor.
Ella estuvo con esa mirada cómplice en cada acto de la escuela, con sus manos dulces vistiendo mi cuerpo de disfraces creados con retazos de la casa, pero que brillaban aún en la oscuridad más negra de mi austera infancia.
La vieja fue la que recuerdo me despertó una mañana de domingo, con su voz protectora, “¿nene a qué hora te vas a levantar?”, y no era para que me pusiera a estudiar, porque continuó… “¿que pensas?, que te van a traer la cancha a la casa?”… sí ella fue parte de crear mi pasión por los colores también. Fue la que hizo los más ricos fideos caseros temprano, para que con el viejo nos fuéramos temprano a la cancha. Preparaba en una bolsa del súper, diario para que pusiéramos en la tribuna, porque no abundaba la ropa en esa época y había que cuidarla, seguía con una manzana lavada por sus manos, o en su defecto unas mandarinas (te las dejaban pasar en esos tiempos), y unas servilletas por si tenía alguna necesidad. A la vuelta era ella la que nos esperaba con el té caliente, dos rodajas de pan casero que hacía en el horno de barro de casa, con manteca y un toque de azúcar por sI había habido derrota que no fuera tan amarga la vida.
En fin la vieja siempre estuvo en esos detalles que creo ningún ser es capaz de captar más que ella.
Haciendo la comparación, en aquellas épocas íbamos todos hombres prácticamente a la cancha. Era dejar el amor en casa para ir a ver el otro amor, el de los colores. Hoy por suerte veo familias enteras, madres y madres, transmitiendo a sus hijos, valores, pasión, respeto, y sobre todo el amor que es capaz de generar ir en familia y darse un abrazo sobre todo si es con un gol de por medio.
Finalmente en este día tan especial, el día de la más grande, digo por la mía, por la de mis hijos, por todas las que van a la cancha, por las que ríen, gritan y lloran por un gol de Gimnasia, FELIZ DIA MAMÁ. Y para las que ya no están, que sepan que siempre tienen su lugar al lado de sus hijos en ese pedacito de tribuna del Victor.
Por Leandro Silvestre (@Baucati33)